“Mujer Basura, con cada femicidio sangramos todxs”.

Un caso de intervención a través de una obra de arte performativa en la Ciudad de Buenos Aires.

Cinco obras esténciles de retratos de mujeres rodean el espacio escénico de la performance titulada “Mujer Basura” montada el 22 de noviembre en la Plaza de Mayo en el marco de la III Marcha de las Putas . Espejos rotos dejan ver los rostros correspondientes a algunas imágenes que por su tratamiento en los medios, resultan familiares. Se identifican claramente a Melina Romero y Angeles Rawson: ambas adolescentes encontradas muertas en bolsas de basura, luego de días de búsqueda.
Los demás: Adriana Paula Giménez, Juana Gómez, Liliana Garabedian, también comparten un horroroso factor en común: sus cuerpos asesinados fueron encontrados en basurales, mutilados, casi desnudos o completamente desnudos y algunos también violados.


Argumenta la abogada Susana Chiarotti Boero, representante de Argentina ante el Comité de Expertas de la OEA que monitorean el cumplimiento por parte de los Estados de la Convención Interamericana para prevenir, sancionar y erradicar la violencia hacia las mujeres, en una entrevista en Pagina 12 que “la violación es una herramienta política de disciplinamiento que el patriarcado utiliza desde sus orígenes sirve para recordarle a la mujer que debe ocupar un rol de servidumbre y obediencia al hombre; que debe limitar sus salidas y diversiones; permanecer en el hogar y no invadir la calle, el espacio público, que pertenece a los varones. No importa cuán modernos sean la ropa, el celular o los autos que tengan los jóvenes. En el fondo se arrastra algo atávico sobre la inferioridad de las mujeres. Los varones sienten que hay que recordarles a ellas todo el tiempo que no son iguales a los varones ni tienen los mismos derechos, especialmente, el de libertad de circulación, por cualquier lugar, a cualquier hora” .
En estos casos, además, la violencia fue doble: se eligieron representar femicidios, al ser la forma más extrema de violencia hacia las mujeres .

 
Un ícono se resuelve en un maniquí con una cinta de “peligro” que lo envuelve y frases escritas (e invitando a escribir por los marcadores que lo acompañan) como “se lo merecía por puta”, o “basta de matarnos”, terminan de crear el escenario de esta puesta, que irrumpe la realidad, interpela y traspasa las fibras más profundas de cada transeúnte/espectador.
La visibilización del cuerpo pone en manifiesto la presencia/ausencia de un alma. Si bien el ser humano es un ser integrado, remontarse a su concepción platónica dual, le permite de-construise y pensarse.


El cuerpo inmóvil, mutilado, ensangrentado, mudo, vaciado de alma, nos posiciona en ese lugar en donde todos llegaremos alguna vez: la muerte. Sin embargo, consensuamos en que no queremos que nadie nos arrebate el derecho a vivir.
Ahí estaban, cuatro mujeres, silenciosas, inmóviles tiradas en el pasto durante veinte minutos, envueltas en bolsas de plástico transparentes, representando lo macabro, lo irrepresentable, aquello que bordea los límites de lo imaginable Una operación figurativa que bordea lo absurdo, creando el horror en su estado más crudo. Ellas eran Melina, Adriana, Juana, Liliana, Angeles. Alrededor, muñecas: símbolos penetrantes e infalibles de una infancia ausente, de una adolescencia y juventud arrebatada.
A los veinte minutos, se vislumbra el (re)nacimiento de un alma de la mujer que fue durante ese lapso de tiempo, la condensación de Melina, Adriana, Juana, Liliana y Angeles. Una compañera se acerca y luego de romper la bolsa y secar su cuerpo con una toalla, a raíz del calor por haber permanecido bajo el sol, se produce el emocionante “rescate” que se sella en un abrazo que conmueve por su autenticidad, emanación de amor y valentía. El alma que permanece en ese cuerpo festeja, conmovida y agradecida, la vida. Los de afuera, inmediatamente sienten, que las representadas y tantas otras, murieron solas, con miedo, dolor, violadas, y en completa soledad. La salvadora, pasa a ser nuevamente Melina, Adriana, Juana, Liliana y Angeles, y las tantas mujeres asesinadas por violencia de género de ayer y de siempre, de Argentina, y el mundo entero a quienes se les negó el alma y se les suprimió el cuerpo para volverse nada.

Yo soy «una puta más», ellas también. Yo vine de mi casa, ellas también. Yo me puse a hablar con desconocidos, ellas también. Yo me desnudé frente a desconocidos, ellas posiblemente también. A mi no me acosaron, a ellas sí. A mi no me manipularon, a ellas sí. A mi no me drogaron, a ellas sí. Yo me metí en una bolsa por voluntad propia, ellas no. A mi no me dolía nada, a ellas las molieron a golpes. Yo cogí porque quería, a ellas las violaron. A mi no me molestaba nada, a ellas se les iba la vida. Yo estaba viva, ellas estaban muertas. A mi más tarde alguien vino a sacarme de la bolsa, a abrazarme, a ayudarme a levantarme y contenerme. Ellas no se levantaron más» Cande Gauffin, “performera” de “Mujer Basura”

Podemos respirar bajo las bolsas, bajo el sol, podemos salir y gritar por las que no pudieron elegir, las que se convirtieron en cuerpo, dejaron su vida, sus gustos, sus emociones y ahora son cuerpos tirados en la basura, y ya no pueden hablar, gritar, ya no pueden decir basta, no quiero, ya no pueden defenderse de sus asesinos, ni de sus verdugos que las juzgan aún muertas, las mutilan con palabras, les siguen diciendo que hacer, que no, como vestirse, con quien jugar.

A veces somos solo cuerpos, con vida, sin vida, cuerpo, carne, concha, sangre.

Melina, Ángeles, Juana, soy yo, somos todas, y no soy yo, yo respiro todavía, y puedo gritar y llorar, puedo verlas y pensar que somos iguales” (Por Victoria Azcona ).


(Fragmento de ensayo publicado en el libro: BASTA: Ensayos sobre violencia de género. Universidad de Lanús. Participación de concurso de ensayos y publicación destacada en el marco del programa por la Igualdad de Género de la Universidad. Título del trabajo “Politicarte”:una reflexión acerca de la capacidad transformadora de las intervenciones artísticas en espacios público

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